La mítica novela de Stephen King fue llevada a la gran pantalla en 1976. La historia de Carrie White, una chica que sufre bullying en el instituto se ve sobrepasada por un ataque de histeria cuando, sin saber qué era lo que le pasaba a su cuerpo, le baja la regla en las duchas delante del resto de las chicas mientras se burlan de ella. A una de ellas se le ocurre hacerle una macabra broma a Carrie en la fiesta de fin de curso. Lo que nadie sabe es que Carrie tiene poderes telequinésicos que se ven aumentados cuando se enfada y, debido a la broma, nos proporcionará la mejor escena de la película.
Un cruel relato de un personaje que no está hecho para ganarse la simpatía de sus compañeros ni la del propio público quedó plasmado en el film de 1976, con una técnica impecable y una edición realmente buena para la época. Esto, que para el remake de 2013 no supuso ningún problema, llega a parecer excesivo, demasiados efectos especiales que te sacan de la historia original.
Y es que esta segunda versión se distancia bastante de la idea original de Stephen King y la deforma casi por completo. Deja a un lado los elementos que hacen que sea una película de terror para poner como protagonista a una chica tierna que te produce empatía e incluso llegas a sentir pena por ella. Este elemento era lo que distinguía a Carrie del resto de películas de terror y sin ello se convierte en otro film normal y corriente, entretenido de ver pero no perdura en nuestra memoria como lo consiguió la primera versión, que se ha convertido en un clásico.
Como el propio Stephen King dijo cuando se grabó este remake: “¿para qué, si la primera es tan buena?”.
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