El mayor de los clásicos del cine de terror y película maldita, El exorcista de William Friedkin (1973), tiene su origen en una historia acontecida en Maryland en 1949.
Robbie Mannheim era un chico de 14 años que comenzó a usar la Ouija con su tía espiritista. Poco después su tía fallece por causas naturales y el adolescente empieza a jugar a solas para comunicarse con su tía muerta. A partir de ahí comenzaron los extraños sucesos.
Todo empezó con ruidos en mitad de la noche, objetos que se mueven solos, arañazos en las paredes, un cuadro de Jesucristo que se retorcía sin explicación. Los compañeros de clase de Robbie fueron testigos de cómo su pupitre se deslizó por sí mismo golpeando a algunos de ellos.
Poco después, esa energía oscura comenzó a afectar de manera más directa a Robbie, se volvió mucho más retraído y los fenómenos paranormales se mostraban en su propio cuerpo, por el pecho le cruzaban unos arañazos que parecían venir de dentro. Un sacerdote católico fue a visitar al chico a su casa y los fenómenos aumentaron: la cama de Robbie se sacudía sin control, la botella de agua bendita explotó, el fuego de las velas se movía descontroladamente y del cuerpo del joven surgió una voz que dijo en latín “Oh, sacerdote de Cristo, sabes que soy un demonio, ¿por qué me molestas?”.
Se llevó a Robbie al hospital para realizarle un exorcismo pero, por desgracia, hirió al cura y el exorcismo tuvo que ser cancelado. La familia se dio cuenta de que en el pecho del chico apareció una señal que ponía “St. Louis”, lugar donde murió su tía espiritista, así que decidieron llevarlo allí en busca de alguna solución.
Un cura Jesuita le realizó un exorcismo en St. Louis, el demonio que permanecía en el interior de Robbie se volvía muy violento al acercarle imágenes religiosas, maldecía con voz demoníaca en diferentes idiomas y escupía a los religiosos presentes. Tras un largo, complicado y peligroso exorcismo, el demonio reveló su nombre: “Satán”.
Al saber su nombre, el cura ya podía ordenarle que abandonara el cuerpo de Robbie, este se retorció hasta que llegó la calma, miró a los sacerdotes y les dijo: “Se ha ido”.
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